Pues, sigo sin poder dormir. La cabeza está en otra parte; el corazón, donde tiene que estar. Con ella. Con su recuerdo; con su voz, su candidez, bondad, belleza, generosidad; con su mirada; con su alegría sana; con su niñez e inocencia; con su risa, su limpieza de corazón. Había vivido tanto que esperó al 14 de febrero para marchar hacia donde ella sabía que estaba su gran amor, sin ruido, sin molestar. Su última sonrisa, su última mirada. Su elegancia.
Mis padres eran de otra pasta. Mi madre mantuvo durante más de 20 años vivo el recuerdo de su gran amor. Nos regaló durante su enfermedad toda clase de emociones que solo se podían vivir en casa: la sensación de pertenencia a unas raíces, a un tronco común, cuyas ramas iban creciendo desdoblándonos en más ramitas.
Nunca estuvo mala, aparentemente no sufría; no hizo sufrir; siempre preparada e impoluta para recibir a su enamorado: los labios carmín, las uñas sin una tacha, sus pequeñas o grandes joyas colocadas en sus dedos, muñecas, cerca de su corazón. ¡Vaya lección de vida! Su sonrisa, su cabeza, su realísima belleza. ¡Cuántas veces dio las gracias por la vida y por las trece vidas que regaló con una generosidad insondable, inimaginable! Quisiera ser como ella, como ella nos enseñó durante este último año de su vida. Me quedo con su felicidad y con su recuerdo.
Quisiera agradecer a cada uno las muestras de cariño de estos días. No me metí en la RRSS porque tampoco tenía ni muchas ganas ni muchos ánimos. Un montón de besos para cada uno de vosotros.
Sé que ella está cerca de los míos, que cuidará de nosotros porque nos hemos quedado huérfanos de su amor y de su sonrisa limpia.
Gracias, mami, por enseñarnos tanto.
A nosotros solo nos quedan tus recuerdos y el dolor por tu ausencia. TE QUIERO. NO NOS OLVIDES Y CUÍDANOS A CADA UNO.
