El olvido

Te olvido. Me olvido, no, no, y rotundamente no. No te olvido, porque no hay nada más mezquino que el olvido. Te recuerdo. Sé que estarás siempre ahí, esperando mi mísero olvido.

Tu olvido fue un accidente de los años, de la vida. Nunca llegaste a arrinconar los recuerdos en el cuarto oscuro del olvido. Los conservaste intactos y en su momento afloraron. Cada día recordabas la gratitud que te regalaba y no te olvidaste nunca de nosotros, de los tuyos, de los míos. Por eso, yo no te olvido. Te recuerdo como si fuera ahora mismo. Tú estás.

Recuérdame que nunca te olvide para dejar atrás los miedos. No culparé jamás a nadie de mis olvidos y de mis heridas que permanecen en lo más profundo. Recuérdame que cada día es una alegría inmensa sentirse viva y recordarte.

No me olvides.

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Simplemente enseñó a querer

Pues, sigo sin poder dormir. La cabeza está en otra parte; el corazón, donde tiene que estar. Con ella. Con su recuerdo; con su voz, su candidez, bondad, belleza, generosidad; con su mirada; con su alegría sana; con su niñez e inocencia; con su risa, su limpieza de corazón. Había vivido tanto que esperó al 14 de febrero para marchar hacia donde ella sabía que estaba su gran amor, sin ruido, sin molestar. Su última sonrisa, su última mirada. Su elegancia.

Mis padres eran de otra pasta. Mi madre mantuvo durante más de 20 años vivo el recuerdo de su gran amor. Nos regaló durante su enfermedad toda clase de emociones que solo se podían vivir en casa: la sensación de pertenencia a unas raíces, a un tronco común, cuyas ramas iban creciendo desdoblándonos en más ramitas.

Nunca estuvo mala, aparentemente no sufría; no hizo sufrir; siempre preparada e impoluta para recibir a su enamorado: los labios carmín, las uñas sin una tacha, sus pequeñas o grandes joyas colocadas en sus dedos, muñecas, cerca de su corazón. ¡Vaya lección de vida! Su sonrisa, su cabeza, su realísima belleza. ¡Cuántas veces dio las gracias por la vida y por las trece vidas que regaló con una generosidad insondable, inimaginable! Quisiera ser como ella, como ella nos enseñó durante este último año de su vida. Me quedo con su felicidad y con su recuerdo.

Quisiera agradecer a cada uno las muestras de cariño de estos días. No me metí en la RRSS porque tampoco tenía ni muchas ganas ni muchos ánimos. Un montón de besos para cada uno de vosotros.

Sé que ella está cerca de los míos, que cuidará de nosotros porque nos hemos quedado huérfanos de su amor y de su sonrisa limpia.

Gracias, mami, por enseñarnos tanto.

A nosotros solo nos quedan tus recuerdos y el dolor por tu ausencia. TE QUIERO. NO NOS OLVIDES Y CUÍDANOS A CADA UNO.

En tus zapatos.

Me pongo en tus zapatos y me entristezco. En tus zapatos del frío invierno germano, pisando la nieve fresca que se desliza en los bancos del río que te llevan a la universidad. Esta vez voy caminando, no en bicicleta, para pensar qué está pasando, cómo serán los días siguientes cuando tú no estés.

Se me rompe el alma al pensaros en esa habitación blanca de hospital, mirándoos ambos con ojos de sinceridad y amor. De necesidad mutua. De valentía elegida y compartida. De desolación. De miedo.

No quiero escribir tristezas y no puedo. Ojalá no lea nadie esta entrada. No sé cómo hablar contigo en la distancia, cómo animaros cuando la lucha se presenta inútil porque ya habéis luchado hasta la extenuación. En mi corazón estáis muy cerca. Vuestro dolor es nuestro dolor.

Esto es Castrillo. Tanta paz. Tanta vida os regaló. Te quiero, hermano.

Echar a alguien en falta en la mesa.

Vienen las Navidades. Sí. No las soporto desde el 1º de enero de 1997. Vamos mayores. Nos toca recordar a los seres queridos que no van a estar en la mesa del 24 de diciembre. Somos una familia muy numerosa. Sé que ya no se lleva. Que lo que se celebra ahora es el solsticio. Es la desnaturalización de la fiesta cristiana. Borrar el significado de lo que se celebra, la Navidad. Y pienso yo que lo van consiguiendo. Consumismo, más consumismo. No lo soporto.

En casa lo celebraremos con mi madre. Es mayor. Es adorable. Sólo quiere reunir a sus polluelos en una cena larga, en la que no habrá Papa Noel. Su única preocupación es que esté la Sagrada Familia en la mesa. A mí me hace pensar. Creo que es la única que celebra la verdadera Navidad. Y me acuerdo de mi nuera, Elena. Es matrona. Ella hace que todos los días sean Navidad. La de verdad.

Pues sí. Estas navidades de canapés y whatsapps yo echaré en falta a mucha gente en la mesa: a mi padre; a Pablo, mi hermano; a Gus, mi cuñado. A otros familiares, porque no van a estar. Disfrutaré de mi familia. Porque es la única que tengo. Porque es mi lazo para enraizarme en el núcleo que me une y me da fuerzas para seguir queriendo. Ayer fui a ver a mi madre. Le llevé tres gominolas y le hice la persona más feliz del globo terráqueo. Así es la p. vida. Tres gominolas.

Quedan menos de 20 días para celebrar la Navidad. Pero ya todos los ayuntamientos han encendido luces y pistas de hielo. No hay belenes. Consumismo, consumismo y más consumismo. No lo soporto.

Yo celebraré la Navidad. Aunque ellos no quieran recordarlo. Yo celebro que el 25 de diciembre nació el Niño Jesús. Habrá que recordarlo. También a la gente que nos faltará en la mesa.

Cuenta conmigo.

Hoy me levantado con ganas de escribir. Es una deuda que contraje conmigo misma después de muchos días de zozobra y tristeza, pero si os lo digo con el corazón, han sido días de mucha unión con mis seres queridísimos. Se lo debo a él, que nos sonríe eternamente; a ella, que lo ha cuidado hasta la extenuación, que nos ha enseñado tantísimas cosas durante estos tres meses y medio, que nos ha mostrado lo que es una Navidad «in stricto sensu» en noviembre: una verdadera familia; a ellas, que han sabido admitir sin reparos la situación; a María, que se ha desplazado para acompañar al que lo necesitaba; a mi madre, que ha servido de consuelo, de abrazo perpetuo, sólido, que en su debilidad física ha mostrado una fortaleza granítica, una templanza recia, el árbol que se va consumiendo con los años y las arrugas, al que todos acudimos para resguardo de nuestras penas.

Sin ella saberlo, nos ha hecho sentirnos más familia. Familia escogida, única, privilegiada. No sabía cuánto los necesitaba, cuánto nos necesitábamos. Unos cerca, otros lejos, pero si hay que estar, se está. Arrimando el hombro, tendiendo una mano, regalando abrazos que reconfortan y se funden en uno. Me gustaría no alejarme de ellos porque son yo misma.

Sé que esta Navidad no será una Navidad cualquiera. Nos faltará gente muy querida, muy ausente. Pero será igualmente Navidad, con muchas rosas sonriendo desde el cielo.

Sin pedir permiso

Desde entonces no he conocido una historia de amor más bonita que la vuestra: tu mitad. Respira hondo. Olvidarás las cicatrices de hoy. Son acantilados que se miran de frente con ojos llenos de vida eterna, ilesos de heridas. Tus arrugas de ayer, cuando le mirabas en silencio, son el abrazo final de la batalla de la paz deseada y buscada. Son la cura del dolor, del miedo que tanto nos aterra.

Cómplices de una realidad verdadera creada paso a paso, fuertemente despojada ya de los arañazos que tejía la adversidad. Mucha lucha hasta lograr el triunfo que tanto merecéis.

El otoño grita a la primavera que vendrá con calma y solidaridad pero fuerte, tranquila como tú.

Te necesito fuerte

Pocas veces la vida te golpea con tanta fuerza y te deja tan aturdido que lo demás no importa. La miras con tanta fijeza que te inmoviliza, te noquea y caes sobre el ring inerme.

¿Hacia dónde te llevarán sus pasos? ¿A qué brazos te asirás para seguir adelante? ¿Qué te consolará y te sacará tu preciosa sonrisa que brilla hasta hacer desaparecer los miedos?

Las respuestas son solo una: los tuyos; los que te queremos hasta sufrir contigo los silencios de las respuestas; los silencios que gritan la desazón que no entiende lo humano del dolor, del corazón; los silencios que unen al presenciar tu amor por él, que se hacen mayores porque tu amor es máximo. Porque te admiro, hermana, por tu fortaleza, por tu humanidad que esta tarde se derrumbó con toda su fuerza. El llanto por tu ser más querido es la mayor muestra de amor. Sé fuerte y serás gigante. Nunca estarás sola. Te necesitamos los débiles porque aprendemos de ti

Sé más fuerte y nos harás gigantes. Te quiero.

Sé que no lo leerás. Porque, sin decírselo, ella ya lo sabe todo.

Te regalo nuestro mar.

Silencios que matan.

La espuma del mar, no es una imagen inocua en un poema. Es una tormenta que desprende un pensamiento, un camino virgen, sin hollar, sin huella, que recuerda al sol del invierno. Un silencio que duele, que grita la censura que amordaza los sentidos.

El mar, un lujo que asombra a los necios e ignorantes, que hace volar esa espuma hasta empaparnos de vida sin mirar atrás. El mar, un amor que une y nos iguala. No somos sus dueños y nos sentimos hermanados ante él, sucumbiendo ante su inmensidad que se nos escapa ante los ojos. Nos funde como iguales, sin nación que nos separa. Que no, que no, que cada uno es diferente, sí, pero juntos somos lluvia de espuma, cada gotita ínfima, invisible y siempre fiel conforma un todo idéntico que compartimos y queremos.

El tiempo que separa mi última entrada ha sido muy duro, inexplicable. Por eso no he escrito. Sentí la mordaza imperceptible de la reprobación ajena que me impedía expresarme porque no tenía nada que decir con el corazón. Hoy esta espuma inmensa me devuelve la palabra llena de pensamiento libre y liberado. La mentira amordaza. La verdad nos hace libres.

Carmen.

Recuerdos de colegio.

Comienza el curso escolar. Recuerdo mi primer día de uniforme almidonado, de largas trenzas peinadas con colonia Nenuco. Olores de infancia que permanecen encallados en los sentidos, como el jabón Heno de Pravia que inundaba el pasillo de mi casa. Nervios, muchos nervios y pocos años. Estrenaba zapatos, medias y cole. Mi cole nuevo, que se iba a convertir en el cole de toda la vida. Estrenaba amigas nuevas.

Vivíamos enfrente. Una carretera ancha que unía cuatro caminos. Teníamos que mirar a izquierda y derecha antes de cruzar y llegar al muro que nos llevaba a la puerta de pequeñas. Una palmera enorme nos invitaba ya a jugar alrededor de ella. Nos esperaba la madre Yábar, ya mayorcísima, que abría todas las mañanas la misma puerta de entrada. La monja de los sellos para las misiones. Avancé tímida hacia el aula de parvulitas. ¡Qué enormidad! Una fuente con agua en el medio de todo aquel espacio; un organillo que evocaba al barquillero de la salida. «¡De canela y limón!». El encerado verde enfrente. Y muchas niñas como yo y muchas risas. Allí estábamos todas sentadas en minisillas y minipupitres, aprendiendo las letras, las canciones que nos iban a quedar en el alma para toda la vida. Sin saber aún que entre esas cuatro paredes se estaban forjando las mejores amistades futuras, irreemplazables: un sexto sentido de querencia y pertenencia.

Recreos inolvidables. Poníamos en bandera la solidaridad: juegos en los que participábamos todas: la cadena, el brilé, el «huevo, pico, araña», las tabas, la goma y un montón que olvido.

Crecíamos muy deprisa, año a año, curso a curso, de repente. Pasamos por los distintos pabellones: el verde para las pequeñas; el marrón con un suelo de mosaicos precioso; las escaleras rojas de mármol que nos iban acercando a la adolescencia; el pabellón de mayores. Allí se acababa una etapa importante de estudios y amistades. Empezaríamos a compartir sueños y recuerdos.

Cada día que voy a visitar a mi madre a casa me asomo a los ventanales y veo mi cole, 50 años después de aquel lejano primer día y recuerdo y vuelvo a soñar.

Demasiados recuerdos.

A principio de verano conmemorábamos el centenario de la llegada del cole a la ciudad y lo celebramos reuniéndose mil antiguos alumnos que habíamos pasado por el cole. Nos volvimos a ver las promociones; volvimos a cantar, a reír en nuestra aula de parvulitas. Os dejo esta foto de ese día con muchos años más.

Espejo roto

Cuando resuena tu voz la vida va muy deprisa. Toco el cielo que me regalas con tu amor. Se llena la historia de tu vida y de la mía. Vas llenándome de amor cada día, aunque tú no lo sepas, aunque tú no quieras. Inmortalizar la luz azul del cielo. Van naciendo tus ala de hermosura y bondad senil.

¿Cuál será la lista de tus sueños? Los míos: la más bella historia de amor que ya no recuerdas. La luz del cielo te vuelve a inventar, desde el otro mundo que tú sueñas y añoras. La alegría que tanto deseo está dentro de ti. Inocencia y sonrisa. Eso eres tú para mí. No puedo vivir sin tu amor, sin tu presencia. Te voy a ver por mí. Puro egoísmo, mami.

Muchas veces no tienes nada que decir. Solo recordar. Recordar tus recuerdos. Pequeñita, cada vez más pequeñita pero más feliz, sin dolor, pero siempre más viva. Mi esperanza es quererte hasta morir de amor.

Déjame que te quiera. Hasta la locura, de tanto quererte. Tu olvido es mi recuerdo.

Mami, te quiero. No me dejes nunca. Necesito quererte, cuidarte. Tú me das la fuerza para quererte amar. Tu sonrisa de carmín es mi fortaleza. Tantos años. Nací para eso. Vivo pensando en ti. Eres la medicina para mi corazón, aunque tú no lo sepas y seas tan feliz. Trece veces feliz.